22/4/09

UN JUEGO

Propongo un juego, el del señor Botibol, en el relato de Roald Dahl que lleva su nombre. Este personaje anodino, este hombrecillo de vida rutinaria aburrida, que nunca ha salido de sus costumbres, un buen día, escuchando una sinfonía de Beethoven en la radio, se deja llevar y se imagina siendo el compositor en el día de su estreno. Él mismo dirige la obra, suda, se tensa, sus manos se agitan veloces. Puede sentir el respeto de la orquesta y la admiración del público. La música le invade, le transforma. Acaba agotado pero tremendamente feliz.
A partir de esa primera experiencia, Botibol va creándose un repertorio con sus compositores favoritos, y por supuesto también una buena colección de aplausos y ovaciones grabadas. Incluso construye una pequeña sala de conciertos en el salón de su casa y se encarga un frac a medida.
Su afición llega hasta tal punto que se acerca a una tienda de instrumentos musicales para encargar ¡un piano de teclado silencioso! y ejecutar así las piezas que más le entusiasman. Allí conoce a la srta. Darlington, que intrigada por tal encargo, se acerca con Botibol a su casa, y comparte su secreto. Él dirigirá, y ella tocará el piano trucado.
¡Ah, señor Botibol, ha sido una experiencia inolvidable! le comenta. ¡Qué lástima que tenga que irme ahora a trabajar! Y ¿en qué trabaja? le pregunta el señor Botibol. Soy profesora de piano; no, no se avergüence, siempre he querido ser Horowitz. Y mañana, ¿me permitiría vd. que fuera Schnabel?
Soñemos, soñemos despiertos.